“Padre, lo que yo deseo con tanta fuerza, -a lo mejor es una quimera o cosa irrealizable, no sé… está vivo en el Evangelio, y casi muerto entre los hombres que se creen ser la “crem” de la espiritualidad, y que en realidad son muy buenos, pero ese NUEVO MANDAMIENTO brilla por su ausencia, porque se gasta todavía muy poco. Me explico: lo más que se vive en las Comunidades mejores es un trato de educación, pero fraternidad íntima, cristiana, ese “ser UNO y amaos como a vosotros mismos”, que es nuestra religión, del Dios todo Amor…, no Padre, eso no se vive.
Se cantará muy bonito, serán las monjas muy hacendosas y penitentes, muy alegres y simpáticas, etc., etc. Pero el meollo de nuestro porqué estamos en la casa de Dios…, NO. Esto me hace un desgarrón en mi alma, que parece quiere acabar conmigo, que en realidad soy y lo digo en honor a la verdad, imperfectísima, y lo digo sinceramente: no merezco estar en la casa de Dios. Pero si Él me infunde este sentir… ¿no sería posible, Padre, un conventito, el más pequeño del mundo, pero que se intentara en serio vivir este mandamiento con toda humildad y sencillez, tratar -quizá sea un disparate lo que siento- de ir recobrando aquella sencillez que perdieron nuestros primeros padres en el paraíso. ¿Por qué no, si contamos con la bondad y omnipotencia de Dios, que nos quiere criaturas nuevas? Si mi trato continuo con Dios, mi Padre, me da tanta confianza en Él…, lo debo esperar todo de Él, que quiere mi bien, naturalmente esforzándome en ser en verdad su hija, siempre pobre y pecadora, pero SU HIJA, SU ESPOSA. Y como tal vivir desgastando por Él, con amor, mi vida entera.
¡Qué hermoso sería hacer una Betania para Jesús, en donde siempre se le recibiera con amor, se le escuchase y se le sirviera… Una prolongación de la casita de Nazaret… Un rinconcito verdaderamente cristiano, que los que se nos acercasen sintieran el calor de Jesús. Trabajar por hacer vida de nuestra vida el Evangelio; la famosa epístola de San Pablo, que tan bien nos instruye sobre la caridad…”
El Padre que desde un principio me había recibido muy benignamente, al llegar aquí, cambió su rostro que parece brillaba de tanto gozo, y me interrumpió diciendo: “-Esto es de Dios, esto se hará.»