Puntos de apoyo para un ideal

PUNTOS DE APOYO PARA UN IDEAL

Por este ideal os di mi vida entera”

Ideales del alma que se consagra a Dios

La Iglesia, por medio de los Papas Pío XII y Pablo VI, ha levantado la voz invitando a los religiosos “para volver a las fuentes”. Esto mismo sigue haciendo con firmeza, el actual Papa Juan Pablo II. Nos urge, pues, en consecuencia, estudiar a fondo el espíritu de nuestros Fundadores, y vivirlo con un fervor renovado. Pensemos.

1º Si la vocación religiosa es un llamamiento de Dios, y este llamamiento se nos presentó claro en el momento de la elección, hay que seguirlo a todo trance, so pena de ser infieles.

2º Nuestro llamamiento concretamente, fue para el Carmelo Descalzo. El Carmelo es austero, es orante, es sencillo. Y de estas tres raíces, brota como rico manantial, una caridad fraterna, humilde y llena de una íntima alegría. Es un cuño inconfundible. Donde esto no existe, no es el Carmelo neto de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz. Está bastardeado.

3º Los Fundadores de una Orden, nunca obraron por movimiento natural. Fueron movidos por el Espíritu Santo, siempre presente en la Iglesia. AYER, HOY Y MAÑANA. Se podrá cambiar alguna cosa accidental, según las exigencias de los tiempos, pero nunca lo esencial, que tocando a la médula, sería su destrucción.

4º Convendría preguntarse el por qué de los Religiosos en la Iglesia, y examinar a fondo sus raíces, ya que nos encontraríamos con una enorme riqueza.

5º En los principios del Cristianismo, cuando éste se vivía en su plenitud, de tal manera, que se podía decir de ellos, “que tenían una sola alma y un solo corazón”, y que al verlos se repetían las gentes, “mirad cómo se aman”, no hacían falta Conventos; todos los hermanos eran “UNO”. Pero al ir enfriándose su fervor primitivo, surgieron las Comunidades Religiosas, deseosas de conservar el espíritu cristiano, como una levadura que hiciese fermentar la masa. En consecuencia, los religiosos que viven como tales, continúan en la Iglesia, la obra salvadora de su Fundador.

6º Sería tenido por “siervo bueno y fiel”, aquel que, ahondando en su propio campo, procurase sacar para la Iglesia el máximo, gastando así su vida sin regateos.

7º Si como dijimos antes, los Religiosos surgieron para sostener en la Iglesia la rica herencia que nos legara el Fundador, es preciso que en nuestra vida, se vaya descubriendo cada día con mayor perfección, el rostro de Cristo. Aquí está pues nuestro gran ideal, que nos obliga a luchar con valentía y perseverancia, para conseguirlo. La humanidad busca, tiene necesidad de encontrarse con Cristo, y el religioso tiene que ser como un espejo que lo muestre. ¡Ay, de aquellos que adormeciéndose, entierran este talento…!

8º Por todo lo dicho se entiende que el religioso perfecto es aquel que se esfuerza por hacer vida en sí el Evangelio. A nosotras, Carmelitas Descalzas, si en verdad cumpliendo la invitación que nos hace la Iglesia, queremos “volver a las fuentes”, todo se nos facilita, viviendo nuestro propio espíritu, ya que al igual uno como el otro, nuestros santos Padres Juan y Teresa, nos ofrecen un camino acabado del Evangelio. ¡El Evangelio…! este es el que movió a la Sta. Madre para empezar la Reforma. ¡Arriba Hermanas…! Nuestro gran Capitán nos invita a la lucha, para conquistar el gran REINO de los Cielos. Vayamos con María nuestra Madre.

¡Mostrar el perfil de Cristo…! ¡Ideal sublime! ¡Obligación sagrada…!

Pues si el religioso, en su vida, tiene que mostrar el perfil de Cristo: continuar aquella vida
que pasó por el destierro como una llama, “que todo lo hizo bien”; debe sentir la urgencia de trabajar seriamente para hacer desaparecer de sí todo lo personal o mundano.
Cristo vivía en absoluta despreocupación de lo terreno o transitorio. Era FIEL, VERAZ, AMABLE, MODESTO, SACRIFICADO, POBRE. Buscaba siempre y en todo, la voluntad y gloria de Dios su Padre, a quien constantemente bendecía. La adquisición de todas estas virtudes, supone una renuncia total a nuestro YO: pero el religioso, para ser tal, tiene que encarnar en su vida, aquella exclamación del Apóstol: “Vivo yo, pero no soy yo quien vive. VIVE CRISTO EN MI”. Entonces, los que se acerquen a nosotros, verán a Jesús. Sólo entonces habremos cumplido en la Iglesia, nuestra misión como religiosos.

EL CARMELO

El Carmelo es AUSTERO – ORANTE – SENCILLO

EL CARMELO ES AUSTERO.- Porque austero es el cristianismo. La austeridad evangélica es el clima donde se forjan los grandes espíritus, es la piedra de toque, en donde el hombre, saliendo de sí mismo, se da plenamente a su Dios y Señor, y con él, a su prójimo. Puntal adecuadísimo para vivir esta austeridad, es el VOTO DE POBREZA. Con este voto -si se vive bien- se da golpe certero a todo lo sensible o sensual, que con frecuencia tanto nos empequeñece. El verdadero pobre de espíritu es humilde, agradecido, paciente; no es exigente, a todo se aviene, no quiere sobresalir; vive convencido de que no merece nada, y nunca se siente agraviado. Busca para sí, con naturalidad, lo más pobre y desestimado; para él, todo le va bien y le basta. Su pobreza voluntaria, que la estima “como un obsequio a Cristo”, a quién quiere imitar, lo lleva a escoger lo más trabajoso; se estima en tan poco, que procura no hablar de sí. Si sus enfermedades o cualquier necesidad pasan desapercibidas y con menos importancia, entonces, sobrenaturalizándose sobre sus propios sufrimientos, sabrá romper a los pies del Divino Nazareno su vaso de alabastro. ¡Cuán pobre vivió el Hijo de Dios en Nazaret…! Este debe ser en toda ocasión, nuestro modelo. Si la pobreza es efectiva, se debe llevar con el gozo que supone los efectos de un “VOTO” pronunciado con la mayor sinceridad. Si nuestro Padre Dios, abocándose providencialmente sobre nosotros, nos quiere hacer sentir la veracidad de “el ciento por uno en esta vida y después la vida eterna”, vive contenta usufructuando unos bienes que no son suyos, y a los que no se pega el corazón. Sabe repartir entre sus hermanos lo que recibe de la pródiga mano de Dios, dispuesto a cualquier cambio, si así le place al Señor. La austeridad del Carmelo, nos lleva a una vida penitente, para domar el propio “potrillo”, en beneficio de la Iglesia. En consecuencia: cada una de por sí debe aplicarse al trabajo, con un espíritu sacrificado y religioso; rendir lo más que pueda, sin pizca de egoísmo, y al mismo tiempo sin agobiarse, ni quejarse del mucho trabajo. Ser siempre señora en su vida de unión con Cristo. No decir jamás, ni aun de broma, esto ni aquello, que parezca más cómodo o agradable al natural, o de menos pobreza y sujeción. Trabajar con entereza. Esforzarse con empeño para conseguir un fino rendimiento de juicio. No dejar salir fuera algún sentimiento amargo, que pudiera herir al prójimo. El pobre de espíritu debe -como rico trofeo- repetir en los momentos difíciles: “Tengo siempre el alma en mis manos”.

EL CARMELO ES ORANTE.- Cuando se acerca un seglar a uno de nuestros Monasterios, con frecuencia, siente como un respeto que le sobrecoge, y repite casi inconscientemente: ¡Esto es una casa de ORACIÓN…!

¿Qué es una casa de oración? Un lugar donde se ora y se trata con Dios íntimamente, donde se pide con un amor rendido, al Señor, que su Reinado avance, que los hombres lo conozcan y lo amen, que la Iglesia se haga cada día más presente en el mundo entero, que la Sangre de Jesús la purifique, y que se adelante la hora feliz de que haya “un solo rebaño y un solo Pastor”. Esto es oración. Pero la oración tiene sus exigencias para ser pura y llegar al trono del Altísimo “como incienso en su presencia”. Ante todo, la oración, ésa que llega al acatamiento de Dios, pide nuestra entrega incondicional y sacrificada -“oración y regalo, no se compadecen”-, que confía siempre, que no se cansa nunca. Pero la oración necesita tener su clima. Tiene que rodearse de silencio. ¡El silencio…! Es ésta una gran virtud monacal, que donde existe, “está bien guardada la casa de ladrones”. Por eso, el enemigo de todo bien, y nuestro natural, con frecuencia mal domado, son los ladrones que suelen derrumbar este gran edificio de la oración, cuya piedra angular, es el silencio. Para hacer bien la oración, esa “que trata de amistad”, hay que ser silenciosa en toda su gama. Silencio de palabra, silencio de obra -procurando, cuando se está trabajando evitar lo más posible hacer ruido-, silencio de la imaginación, procurando no llenarse de noticias o curiosidades. Silencio de la sensibilidad. Silencio del propio YO. Formar conciencia de la gran importancia del silencio, y fomentarlo en el trato con nuestras Hermanas, respetándolo en ellas de tal manera, que nos cueste muchísimo romperlo, son algún comentario o palabra no precisa. ¿Cómo si no, prolongaremos en nuestras vidas la casita de Nazaret?

Nuestro Voto de Obediencia, profundamente vivido, nos puede ayudar mucho a esta vida de silencio. Este “Voto” en seguimiento del “Varón de Dolores”, nos convierte en víctimas con El, pues nos despoja de todo lo que es escoria en nuestra personalidad.

El silencio, enmarcado en la obediencia, hace de nuestras almas, como un santuario en donde Cristo crece y yo debo menguar. ¡Adelante Hermanas…! seamos obedientes hasta la muerte, y muerte de cruz. Jamás razonemos en cuanto vaya de por medio la obediencia. Sigamos, con el favor divino, al Cordero de Judá “que fue llevado al matadero” sin que se oyeran sus balidos. En el silencio de la media noche, bajó la Palabra hecha Carne, para habitar con nosotros.

SILENCIO… ORACIÓN… OBEDIENCIA… Las tres mallas preciosas con las que se forma un trenzado riquísimo: quién las consigue con perfección, y se ciñe con este cinturón, se torna invencible, “Terrible como un ejército en campo de batalla”. Así son las almas contemplativas, en la Iglesia santa de Dios.

EL CARMELO ES SENCILLO.- “Si vuestro ojo fuera sencillo, todo vuestro ser sería luminoso”, y en otro lugar: “sed sencillos como la paloma”. También le oímos alabar a Natanael, por ser un hombre que no tenía doblez. Como Maestro Divino, nos enseña que nuestro hablar “sea, sí, sí; no, no”. ¡Qué grande es la sencillez tan recomendada por Jesús, y que tan perfectamente vivieron los grandes santos…! Nuestro Voto de Castidad en seguimiento de Cristo, nos debiera dar entre otros muchos frutos, la sencillez: esa limpieza de mirada, que en todo lo encuentra a Él. Santa Inés, momentos antes de padecer su martirio, cantaba: “Amo a Cristo en cuyo tálamo entré, cuando lo beso, soy más casta, cuando lo toco, soy más pura etc.”. Es muy cierto que la castidad, cuando entra en el alma, aumenta en nosotros la vida de FE, de convivencia fraterna, esa convivencia cristiana, tan deseada y bendecida por Dios. La sencillez de alma, vida y corazón, es un claro destello de Dios, que resbala a nuestra alma. Dios es el SER simplicísimo, y las almas que a Él se llegan, adquieren, por participación, algo de esta simplicidad. Si nos esforzamos por conseguir esta sencillez, propia de “los que se hacen como niños”, dejaremos en nuestro caminar sendas de luz para nuestros hermanos, que sentados a la vera del camino, desean ver a Dios. El alma virgen, está entre Dios y los hombres: por ellos intercede; en nombre de ellos adora a Dios. Hubo un día en que Jesús, compadecido de aquella enorme multitud que le seguía, y que ya estaba tres días sin comer, arrastrada por la fuerza de su palabra, quiso Él hacerles ver su gran poder y bondad. Fue el día de la multiplicación de los peces y los panes, ¡algo extraordinario! Después, mandándolos sentar, ordenó a sus discípulos que los sirvieran. ¡Ese día, esa multiplicación, y esa hambre, no han terminado! Ahora nos dice Jesús a nosotras: Sacia el hambre de tu hermano, cubre su desnudez, hospédalo en tu casa, seca sus lágrimas, abre tu corazón para que repercutan en ti todos los dolores de la humanidad.

En esos hermanos tuyos, estoy YO. Soy Yo quien sigue, por medio de ellos, atravesando el mundo, para redimirlo cada día, desde la cruz y el dolor. No ha pasado aquel “Viernes Santo”, en que yo caminaba por las calles de Jerusalén, cubierto de oprobios y humillación, cargado con la cruz que me hacía sucumbir, por su enorme peso -el pecado de todos los hombres-, coronado de espinas, todo ensangrentado y el rostro cubierto de esputos. Era el beso que me daban mis hijos. La Verónica, en aquel momento, me representaba a las almas fieles que a todo se expondrían por mí. Abriéndose paso entre los sayones, vino a ofrecerme un alivio entre mis muchos dolores. Con un lienzo blanco, enjugó mi Rostro, entonces repugnante. ¿Qué sucedió? Bajo los salivazos asquerosos, tierra y sangre, apareció MI FAZ DIVINA. ¡Si supieras tú siempre encontrarme bajo los salivazos desconcertantes, de olvidos… ingratitudes… deslealtades…! ¡Si supieras limpiar el rostro de tus hermanos, me encontrarías a MÍ…!

Ese ROSTRO abofeteado por los hombres… ese Rostro en el cual el Padre tiene todas sus complacencias. Desde esa hora bendita, Dios lo ve todo a través de su Hijo amado. ¿No aprenderemos también nosotras a mirarlo todo a través de Jesús? ¡Cómo cambiarían nuestras vidas…! ¿Por qué no lo hacemos así? Porque somos complicados y nos falta la sencillez evangélica: no hemos dado en el “quid” de nuestra vida cristiana. ¡Qué cadena tan fuerte forman las virtudes saliendo una de la otra…!

De nuestro Voto de Castidad, como flor delicada brota la sencillez, la pureza de intención, la mansedumbre y paciencia, la fe, la humildad, la caridad, la amabilidad, la comprensión: una floración interminable. Escuchemos a Jesús: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Cristo, CEPA de la gran viña de la Iglesia: nosotros somos los sarmientos, que unidos a Ti, queremos dar el racimo de la santidad…

RECORDEMOS: El Carmelo es AUSTERO… ORANTE… SENCILLO…

Triste resultaría -y no permita Dios que en este recito de paz, jamás suceda- que las que estamos llamadas a esta vida de ángeles, cediendo a la tentación del diablo y amor propio, descontentas por falta de espíritu y apartándose del ojo sencillo, se entretuvieran con estos pensamientos: Si no me consideran como merezco, prefieren a la otra…; si eso me correspondería a mí…, no hay justicia…, ¡cuánto hay que tragar…!, así no haremos nada…, ¡qué mal van las cosas!… Con éstas y parecidas cosas, ¡cuánta barricada levanta el alma contra sí misma…! ¡Qué pérdida de tiempo tan lastimosa…! Y mucha más pestilencia sería, que estando así tentada, buscara a otra Hermana para descargar su maledicencia, diciéndole algo con estos términos: ¿Te has fijado?, y después dicen que todas somos iguales…! ¿Cuándo te han concedido a ti, o a mí, lo que se le ha concedido a la Hermana? Las cosas van como van…, esto no puede seguir… etc. etc. etc. -¡Qué pérdida de tiempo, del cual se te pedirá estrecha cuenta…! ¿Cómo te atreves a juzgar y condenar acciones ajenas de las que no conoces bien las causas, y con ello echar un manchón sobre las blanquísimas telas de almas consagradas a Dios, a las que Él quiere y defiende? ¡Horrenda pestilencia digna de un gran castigo de lo alto…! Líbrenos Dios de caer en ella jamás. Cristo hablando del escándalo dice: “Mejor le fuera no haber nacido”.

Sabed, Hermanas e hijas mías queridas, que el diablo, por perturbar a las esposas de Cristo -las odia mucho- sería capaz de tomar la figura de alguna Hermana y acercándose a otra, le aboca su infernal veneno. Seamos valientes para defender nuestra vocación que nos lleva a la santidad. Aunque sea la más pequeña, diga con decisión: “No, Hermana, no; para mayores cosas hemos venido a la religión. En esto no me busque, que no me encontrará. Ahora mismo voy en busca de Nuestra Madre, para contárselo todo. ¡Qué gran bien haríamos a la Hermana y Comunidad, obrando así…! No seamos nunca en la casa de Dios, pábulo de ruina: más bien repitamos con el Santo Rey Profeta: “Hoy empiezo”.

Siéntase cada una, piedra fiel del edificio. Dios escribe cada día, todas nuestras acciones.

Vamos a Él con María.